miércoles, 28 de noviembre de 2018

EL CAMPO DE LA ÉTICA Y LA MORAL

Conceptos de ética y moral


Etica y Moral son dos términos que comúnmente se tienden a confundir, cuando en realidad se trata de conceptos distintos. Sin embargo, no es casual que en el lenguaje que utilizamos en la vida cotidiana los usemos como sinónimos, lo que está sobradamente justificado, debido a que la etimología de ambos términos es similar. En sus respectivos orígenes griego, ética—ethos (carácter, costumbres) y latino, moral=mtr, (costumbres), ambos significan ciencia del carácter o de las costumbres. No obstante, en el campo de estudio de la ética, entendida como disciplina filosófica (en la que desde ahora nos vamos a introducir), se hace necesario trascender el lenguaje cotidiano cuando nos referimos a dicha distinción. A continuación, revisaremos algunas de las definiciones más importantes que filósofos contemporáneos connotados han abonado a este campo de reflexión. Para Adolfo Sánchez Vázquez: “La ética es la teoría o ciencia del comportamiento moral de los hombres en sociedad”1 y la Moral es el “Conjunto de normas aceptadas de manera libre y consciente que regulan la conducta individual y social de los hombres.” Según esta diferenciación, la Etica viene siendo la ciencia de la moral y esta última su objeto de estudio. La Etica es, pues, la reflexión teórica y filosófica que llevamos a cabo en torno a las normas y comportamientos morales que como individuos desarrollamos dentro de la sociedad. Se trata, entonces, de la distinción entre una ciencia, un saber y/o una teoría (la ética) y su objeto de estudio (la moral). En esta misma línea de argumentación, la filósofa Graciela Hierro establece una distinción entre estos dos conceptos. Para ella, la ética es el estudio de la moralidad y la moral vienen siendo todas las formas de comportamiento y normas de conducta que son instituidas como legítimas por la sociedad, con el propósito de que sean cumplidas. En este sentido, la ética determina cuáles normas morales son verdaderamente éticas, es decir, válidas racionalmente y que por ello deben cumplirse; mientras que la moral sería propiamente el conjunto efectivo de las reglas y normas que rigen el comportamiento que se considera deseable o preferible de realizar. Uno de los filósofos actuales que coincide con el punto de vista anterior es Fernando Savater, quien sostiene que la “Moral es el conjunto de comportamientos y normas que tú, yo y algunos de quienes nos rodean solemos aceptar como válidos: ética, es la reflexión sobre por qué los consideramos válidos y la comparación con otras morales que tienen personas diferentes.” La ética es pues la reflexión y justificación racional de los actos morales, esto es, la argumentación del por qué los preferimos como válidos, mientras que la moral es el conjunto de normas y comportamientos morales que en un tiempo y en una situación histórica determinados, los seres humanos concebimos como buenos y malos. Del conjunto de definiciones señaladas se puede colegir que, mientras la ética es una parte de la filosofía que reflexiona sobre la moral, esta última constituye la suma de los comportamientos y normas que los inspiran. En suma: Etica y moral se distinguen simplemente en que, mientras la moral forma parte de la vida cotidiana de las sociedades y de los individuos, y no la han inventado los filósofos, la ética es un saber filosófico; mientras la moral tiene “apellidos” de la vida social, como “moral cristiana”, “moral islámica” o “moral socialista”, la ética los tiene filosóficos, como “aristotélica”, “estoica” o “kantiana”. Por esto último, el filósofo José Luis Aranguren ha reservado para la moral el término “moral vivida” y para la ética, “moral pensada”, en alusión directa a que existen dos dimensiones y/o formas con base en las cuales el hombre conduce su vida: la reflexión que surge de la vida cotidiana y la reflexión estrictamente filosófica. Bajo esta perspectiva, el término moral refiere a la moral en acción, es decir, al obrar moral, pues designa todo ese conjunto de comportamientos morales de una persona o de un grupo, además de las normas morales por las que éstos se rigen, como cuando decimos la moral de los jóvenes, la moral de los adultos, la moral de los políticos, la moral de “fulanito”, o simplemente, mi moral. En contraparte, la palabra ética designa la reflexión filosófica sobre la moral o las morales. Su misión es esclarecer racionalmente lo que es y no es moral, es decir, trata de fundamentar filosóficamente la moral, planteándose las siguientes cuestiones: ¿por qué hay moral?, ¿qué es el bien?, ¿cuál es el sentido de la vida humana?, entre muchas otras. Debido a que en dichas preguntas y respuestas subyace la intención de encontrar una orientación y un sentido a la existencia humana, la ética no puede ser considerada un saber puramente teórico, sino un saber práctico, ya que trata de aplicar a la vida humana lo conseguido con su estudio, confrontando constantemente la reflexión ética con el comportamiento moral realizado a nivel de las personas y los grupos humanos. “La Etica es pues, un tipo de saber práctico que pretende orientar la acción humana en un sentido racional”; se dirige a orientar esa acción para transformar la vida humana, tratando de hacer de la misma una obra bien hecha, que nos permita forjarnos una personalidad moral, y, con ello, llegar a ser humanamente íntegros. Por eso muchos filósofos al escribir sobre ética nos hablan de un saber vivir, es decir, de una obra de arte: el arte de saber vivir. Así como es necesario distinguir entre ética y moral, resulta muy conveniente distinguir el significado de dos términos que aparecen muy cercanos al de moral, como son moralina y moralismo, que seguramente los has escuchado y utilizado. “Moralina” viene de “moral”, término este último al que se le agrega la terminación “ina”, como “anodina”, “nicotina”, “morfina” o “cocaína”, y significa moralidad inoportuna, superficial o falsa. “A la gente le suena en realidad a prédica empalagosa... con la que se pretende perfumar una realidad bastante maloliente por putrefacta, a sermón cursi con el que se maquilla una situación impresentable.”8 Para ilustrar este significado de moralina, podemos citar expresiones principalmente del discurso político, por ejemplo, cuando funcionarios del gobierno en turno, cualquiera que sea su nivel o jerarquía, anuncian lo siguiente: “vamos a actuar por el bien común”, mientras se enriquecen ilícitamente; “vamos a actuar aplicando el peso de la ley, caiga quien caiga”, y por otro lado, solapan a los que transgreden la misma legalidad; “vamos a combatir a ese gran flegelo de la sociedad que es el narcotráfico”, mientras que los que se dedican a estas actividades ilícitas, son precisamente los que financian buena parte de sus campañas políticas. Estos ejemplos de moralina, en realidad refieren a experiencias de una moralidad encubierta, mistificada y falseada. Así, cuando hablamos de moralina, nos estamos refiriendo, en el caso citado, a la moral reinante en una sociedad y época determinadas, donde la misma ha sido instrumentalizada por aquellos que detentan un determinado poder, en este caso, el poder político. Por todo ello, es verdad que la moral se puede instrumentalizar, es decir, utilizar con fines perversos, convirtiéndose de esta forma en moralina. Otro término cuyo significado aparece muy cercano a los de moral y moralina, es el de moralismo, mismo que: ...consiste en decirles a las personas lo que deben hacer y lo que deben pensar acerca de lo bueno, lo justo o lo deseable, sin dar razones para ello. El moralismo utiliza argumentos persuasivos como la propaganda y la publicidad; intenta convencer a las personas desde el punto emotivo o psicológico, y no racional o científicamente. Los sermones morales son un claro ejemplo de moralismo. En ellos se expresa que debemos ayudar a los demás, cumplir nuestros deberes tal como lo marca la sociedad en que vivimos, evitar la corrupción y otras conductas indeseables, sin dar razones que lo justifiquen.

De acuerdo con esto último, tanto la moralina como el moralismo son dos tipos de acciones humanas contrarias al cultivo de la reflexión ética, mediante la cual se busca justificar racionalmente los cursos de acción orientados a hacer posible la anhelada perfección humana. Al instrumentalizar, mistificar y falsear a la propia moralidad, la moralina busca siempre hacer pasar acciones propiamente inmorales como si fueran morales, de ahí su carácter y efecto mistificador que produce sobre la realidad moral. Por su parte, el moralismo deviene en una suerte de ética degenerada, que hace de la moral un conjunto de normas y reglas de comportamiento que se deben acatar, pero atendiendo más al principio de autoridad que al de la reflexión ética. Esta última pretende dar razones que justifiquen las conductas consideradas racionalmente como deseables. Los argumentos utilizados por quienes practican el moralismo no son, por consiguiente, de tipo racional, sino de carácter emotivo y persuasivo; como ejemplo de ello tenemos que el moralista sentencia: “lo debes hacer porque todos lo hacen”; “porque yo, que soy la autoridad lo ordeno”; “debes respetar a los mayores porque son mayores”, entre otras argumentaciones persuasivas, cuya característica distintiva es que no ofrecen un fundamento racional que justifique el porqué debe cumplirse tal conducta. La ética, por el contrario, fundamenta la racionalidad de seguir tal o cual conducta, y para ello ofrece argumentos consistentes y suficientes acerca de lo recto, lo justo, lo obligatorio, lo bueno y deseable, basada en el conocimiento y en los intereses humanos que son universalizables,10 es decir, que apuntan al perfeccionamiento moral del hombre, como individuo y ser social que es. Para finalizar el ejercicio de conceptualización realizado hasta ahora, resulta conveniente no confundir los términos moraly ética, con moralidad y eticidad. Estos últimos no deben entenderse como si fueran sólo una extensión gramatical de los primeros (moral-moralidad, ética-eticidad), sino que adquieren un significado ético-filosófico distinto. Moralidad no se refiere al conjunto de morales históricas particulares ni eticidad a una disciplina filosófica denominada Etica. Moralidad y eticidad tienen que ver fundamentalmente con una manera de concebir a la condición ética del ser humano, entendido este último como sujeto moral que no puede ser de otra manera, dada su necesidad histórica inmanente de distinguir, valorar y optar éticamente entre el bien y el mal, la justicia y la injusticia, la tolerancia y la intolerancia, la concordia y la discordia, etc.; en pocas palabras, nos referimos a esta facultad y/o sensibilidad del ser humano para vivir en la no-indiferencia ante el mundo del valor. La filósofa mexicana Juliana González, es quien mejor ha expresado esta concepción de la moralidad y la eticidad, entendiendo a ésta como un elemento ontológico que expresa la condición ética del hombre. Al respecto señala: ... simultáneamente a la diversidad y al devenir interminable de las morales, hay algo radical y universal que se produce como una “constante” en todas las “variables”: ésta sería precisamente la moralidad esencial o eticidad, nota común y permanente en todas las morales concretas y particulares, que remite en última instancia, a la dialéctica misma de la libertad y a la constitución ontológica del hombre... Las morales pueden cambiar y el hombre puede dar contenidos distintos a lo que considera “bueno” o “malo”, “mejor” o “peor”, “valioso” o “no valioso”. Lo que no varía y es una nota permanente en la naturaleza humana es su necesidad de distinguir y valorar éticamente..., la no-indiferenáa misma, la no-amoralidad, como característica distintiva del hombre y como motor efectivo de la creación de las morales... La no indiferencia es la esencia de la eücidad.

La eticidad es pues, la expresión fundamental de la naturaleza humana que consiste en tener que decidir, esto es, la facultad de preferir entre el conjunto de cursos de acción que se nos presentan a lo largo de nuestra existencia humana. Esta característica esencial del ser humano que no ha podido variar en la historia misma de la humanidad es lo que se conoce como eücidad.


Historia de ética

Antecedentes

A lo largo de la historia de la humanidad han existido una pluralidad de concepciones éticas y prácticas morales distintas, debido a que la percepción individual y grupal de lo que debe ser la vida buena varía de una persona y de una sociedad a otra, ya no se diga en el caso de las formas como han sido asumidas las morales concretas en las distintas épocas y sociedades. A continuación presentamos un esbozo de las principales concepciones éticas que han predominado a lo largo del tiempo, en el entendido de que, en cada una de ellas, subyace una concepción ética del ser humano, es decir, una visión particular de cómo se ha venido concibiendo la vida buena y/o plenitud humana. Esta variedad de teorías éticas12 nos permite explicar que uno de los rasgos distintivos de la ética es su carácter histórico, ya que ésta nos invita a reflexionar sobre las diversas posturas que los filósofos han adoptado frente al tema de la moral, realidad ésta que se expresa en los principios, valores, normas, códigos y comportamientos que predominan en cada una de las sociedades. En este sentido:
El carácter histórico de la ética nos permite percatamos de su carácter concreto y eminentemente humano, lo cual significa que la ética no carece de lugar o de espacio, que no está fuera de un horizonte temporal y que mantiene una relación indisoluble con su situación histórica manteniendo raíces con las sociedades humanas y, en fin, con la realidad concreta del ser humano, su creador. Así concebida, la historia de la ética no se reduce a lo que los filósofos opinan en los libros o tratados, sino que forma parte de la vida misma. Los filósofos, lo que hacen es sintetizar y perfeccionar las ideas predominantes de la época en que les ha tocado vivir, externando cómo perciben las realidades morales así como las formas existenciales en que ellos mismos las han asumido en sus propias vidas. Se trata de presentar no sólo lo que los filósofos de cada época dijeron con respecto al tema de la moral, sino de reflexionar sobre el mensaje que nos dejan sus elucubraciones para una mejor comprensión de nuestro momento histórico actual. Se trata, pues, de que las teorías éticas y los conceptos ético-filosóficos los estudies en función de los problemas éticos y morales actuales a los que te enfrentas como individuo, como miembro de un grupo social y como ciudadano. Por lo regular, los libros de texto de Ética solamente se han ocupado de la historia de la ética de tipo occidental, dando por supuesta la no existencia de concepciones éticas en otras civilizaciones, como la oriental, como si la preocupación ética sobre lo que entraña una vida buena fuera algo exclusivo de los pensadores y cultura occidentales, aunque habrá que reconocer que lo que hoy conocemos como Ética sigue siendo un legado predominantemente occidental. En lo que sigue vamos a dividir dicha historia en dos secciones:
 a) La teoría ética en los pueblos antiguos de Oriente; y
 b) Las teorías éticas en los filósofos occidentales. 

a) L a teoría ética en los pueblos antiguos de Oriente
 En los pueblos antiguos de Oriente no podemos hablar de la existencia, en sentido estricto, de teorías éticas del tipo occidental, al estilo y profundidad de un Platón, Aristóteles o de un Kant. Sin embargo, los pueblos antiguos del Próximo Oriente (Asiria, Egipto, Israel y Persia) mantuvieron una concepción ética de la vida buena, expresada en los códigos morales tradicionales en los que basaban sus comportamientos. En estos pueblos no existió una teoría ética, toda vez que el pensamiento filosófico-racional no se encontraba aún desarrollado, pues toda ley y toda norma emanaban del rey o de la tradición y se imponían autoritariamente. Entre los factores principales que impidieron la constitución de una teoría ética en este período, destacan los siguientes:

 “El predominio, casi absoluto, de la mentalidad mítica-irracional. Estos pueblos tendieron a exaltar la dimensión trascendente de las normas. 
  1. Según sus creencias, tanto los acontecimientos cotidianos como las leyes naturales y las normas morales provenían del más allá y dependían de la voluntad y del capricho del dios o de los dioses. De esta manera, la Moral, el Derecho y las costumbres estaban incluidas en los preceptos religiosos. 
  2.  La concepción patrimonial del poder y de la autoridad. En estas civilizaciones, el poder y la autoridad se consideraban propiedad natural o patrimonio de determinadas personas (reyes, nobles, casta sacerdotal, etc.) y el resto de los seres humanos eran considerados como súbditos o, lo que es lo mismo, como sometidos a las órdenes y deseos de los dirigentes.
  3.  El carácter estatal, propio y privado de su religión y de su moral. Cada pueblo solía venir identificado por su dios o por sus dioses y por las normas que éstos o aquél dictaban.
  4.  La importancia concedida a la tradición. Consistía en la transmisión oral, de padres e hijos, de las grandezas pasadas, de los mitos y de los ritos, de las conductas convenientes y las prohibidas, etcétera. 

Las teorías éticas en los filósofos occidentales

La antigua Grecia, de manera análoga a los pueblos del Próximo Oriente, poseyó una cultura mítica, noble y guerrera. Con los misterios órficos (ritos en los que se veneraba a Orfeo, se simbolizaba la idea de las muertes sucesivas y la resurrección); los mitos de Hesíodo, y los héroes de Homero, junto con las virtudes de la nobleza, constituyeron la base de la educación moral del pueblo griego. Pero no fue sino hasta el siglo VI a.C., cuando estas manifestaciones comenzaron a perder vigencia y, al mismo tiempo, empezaron a surgir la actividad racional y el pensamiento crítico. A estas transformaciones es a lo que los historiadores de la filosofía han denominado el paso del mito al logos (razón), es decir, “... se abandonaron las creencias y los relatos míticos y comenzó el esfuerzo racional para intentar comprender las cosas y averiguar cómo debe ser el comportamiento humano”.1"’ Quizás una de las creencias más difundidas con respecto al origen del pensamiento filosófico occidental, es precisamente aquella que hace descansar el nacimiento de la filosofía (entiéndase en este contexto como la “razón”) en lo que tradicionalmente se ha venido concibiendo como la transformación del pensamiento mítico al pensamiento racional. Bajo este horizonte explicativo, la filosofía, y con ello, el pensamiento racional, en oposición al pensamiento mítico, nace por un desplazamiento progresivo de las formas de expresión y cognición religiosas, producto del proceso de secularización al que se vio sometido el pensamiento mítico (Homero y Hesíodo, principalmente), con la irrupción de lo que desde esta perspectiva se calificó como “el descubrimiento de la razón” o también “milagro griego”. Pero dichas transformaciones no sólo ocurrieron en el plano de la cognición, éstas atravesaron también otras formas de vida culturales del pueblo griego, entre ellas, y de manera muy importante, las nuevas formas de organización político-social del estado griego. Por lo que, el paso del mito al logos guarda una profunda relación con una serie de cambios sociales, políticos y religiosos de la época, en donde los valores tradicionales perdieron en parte su vigencia y fueron gradualmente sustituidos por nuevas formas, costumbres e instituciones. En el plano político, moral y jurídico: ... el poder absoluto y carismático de los reyes comenzó a ser sustituido por la autoridad legal de los nuevos gobernantes, y los antiguos súbditos se convirtieron en ciudadanos. Así, al mismo tiempo que se originó una nueva manera de explicar la Naturaleza y los fenómenos naturales, se inició, también, una nueva forma de intentar justificar las normas morales. Lo primero hizo posible la aparición de las Ciencias físicas, lo segundo hizo surgir la Ciencia ética.16 Para autores como J. P. Vernant (1992) y K. Popper (1996), no sólo la ética, sino el surgimiento de la filosofía en general fue producto de una “mutación cultural”, asociada a las formas de organización social y políticas de la época, en donde el logos (razón) y la política, aparecen fuertemente interconectados. Surge así el primer intento por organizar, con base en principios racionales, tanto la vida social como espiritual, lo que desde el punto de vista cultural generó las condiciones necesarias para el surgimiento de la reflexión filosófica en general, y la reflexión ética en particular. Con la irrupción de los filósofos presocráticos, llamados así por vivir antes de Sócrates en el siglo VI a.C., la filosofía se fue liberando gradualmente de los mitos, y con ello los primeros filósofos intentaron explicar el mundo acudiendo a la razón y a la observación, preguntándose cuál es el origen del universo. Se puede decir que, debido a que el núcleo de sus preocupaciones filosóficas se centró en determinar el origen de todas las cosas, el tema de la ética estuvo prácticamente ausente en este periodo. No será sino con la aparición de los Sofistas y Sócrates, en la segunda mitad del siglo V a.C., cuando se abandonan, aunque no del todo, las cuestiones cosmológicas, para orientar la filosofía hacia los problemas humanos, principalmente, los problemas éticos y morales, dando así lugar a la reflexión propiamente ética. A continuación exponemos una síntesis de las principales teorías éticas de los filósofos occidentales, siguiendo en esto el hilo de la exposición que al respecto nos presenta Juan José Abad Pascual


NECESIDAD DE LA ÉTICA

NECESIDAD DE LA ÉTICA

Ética para el siglo XXI


Ante la crisis profunda que manifiestan las sociedades actuales, tanto a nivel global como cotidiano, y como consecuencia de la crisis misma de los valores de la modernidad, y más concretamente, de la cultura occidental, se requiere de un cambio profundo como respuesta a este estado de descomposición social y moral. En este sentido, la ética se convierte en un saber y en una reflexión imprescindible como condición de supervivencia de la humanidad sobre la tierra. Hoy más que nunca se hace necesario un talante ético sobre el comportamiento moral del hombre, es decir, una reflexión acerca de las normas y valores que han de guiar nuestras acciones en el presente y futuro inmediato. Necesitamos de la reflexión ética, porque requerimos recuperar el sentido ético de la existencia humana. Para que ello sea posible nos urge la creación de una “ética planetaria”, “macroética” y/o “ética inteligente”, capaz de establecer para toda la humanidad y para la sociedad e individuos en particular, los siguientes mínimos: 

Un mínimo de valores, normas y actitudes comunes.
  •  Se hace necesario un consenso mínimo sobre determinados valores, normas y actitudes, que haga posible una convivencia humana digna.
  •  Vínculos libres. Tanto en el ámbito individual como social, en la vida humana se hacen hoy más que nunca decisivos vínculos libremente elegidos con respecto a orientaciones, valores, normas y actitudes vitales entre los hombres y mujeres de todo el mundo.
  •  Una ética de la responsabilidad. Requerimos para sobrevivir como especie humana, una ética de la responsabilidad individual y social. Responsabilidad de la comunidad mundial con respecto a su propio futuro. Responsabilidad para el ámbito común y el medio ambiente, pero también con el mundo futuro. Finalmente: 
  • La institucionalizan de la ética dentro de la sociedad (comisiones de ética, cátedras de ética, códigos de ética, talante ético mundial).

¿ Porqué y para qué de la ética? 


Recapitulando, conviene precisar el por qué de la necesidad de la ética y el para qué de su utilidad, en las circunstancias actuales. ¿Es importante la ética? ¿Por qué?

  •  “Porque somos seres racionales: no nos gobierna el instinto ni la pura sensibilidad. 
  •  Porque somos libres y queremos escoger el bien.
  •   Porque el hombre hace honor a su condición de sujeto sujetando sus actos, llevando las riendas de su conducta, conduciéndose.
  •   Porque somos responsables de nuestros propios actos y decisiones.
  •   Porque estamos compuestos de inteligencia y libertad.
  •   Porque necesitamos vivir en sociedad. 
  •  Porque queremos alcanzar el fin, la perfección de nuestra propia naturaleza.
  •   Porque somos seres humanos.
  •   Porque somos personas.
  •   Porque queremos ser felices y el mal nos deshumaniza.
¿Para qué es importante la ética?

  • Para vivir como lo que somos: personas.
  •  Para hacer un mundo justo y habitable.
  •  Para procurar el bien común.
  •  Para vivir en sociedad y en paz.
  •  Para respetar a los demás y ser respetados.
  •  Para ser felices .

La ética del género humano como del futuro


Hemos dicho a lo largo de esta unidad que el centro de la ética es el hombre mismo, más concretamente, el individuo. Pero éste no es un ser abstracto; como tal individuo cobra sentido dentro de una sociedad, una especie y, lo más importante (lo que genera la interconexión entre estos elementos vitales), en la humanidad entera. Por consiguiente, el sujeto ético-moral tiene su propio ser genérico, como sujeto individual, histórico, perteneciente a una especie y al género humano. En tanto individuo contribuye a la construcción de la sociedad, pero al mismo tiempo, es constituido por ella. Lo mismo cabe decir para la especie y humanidad a la que éste pertenece. La ética individual, o antropoética, como le llama Edgar Morin, tiene que ser una ética del género humano, debido a que en el proceso de construcción de su propio destino, el individuo construye su propio humanidad, y a su vez, es constituido por ella. Este “universalismo concreto”, como le llama este autor a la relación (individuo-humanidad), “no opone lo diverso a lo uno, lo singular a lo general. Se funda en el reconocimiento de la unidad de las diversidades humanas. De las diversidades de la unidad humana”.71 Al hablar pues, de una ética del género humano, no nos referimos a una ética abstracta-academicista, que sólo reflexiona sobre el destino humano visto desde la ética, sino que hacemos referencia a un planteamiento antropo-ético-político comprometido con el equilibrio y desarrollo moral del género humano, esto es, con el perfeccionamiento moral de ser humano en el horizonte mismo de la humanidad, y sus vínculos con la naturaleza, la sociedad, la especie a la que éste pertenece y el planeta tierra en el que habita. En este sentido, la ética del género humano resulta ser compatible con los ideales de una ética planetaria o macroética que necesitamos para el siglo XXI, recordando en esto, la advertencia posmoderna de Lipovetsky: “el siglo XXI será ético o no será”.72 Para Edgar Morin, cumplir en sentido estricto con los desafíos morales que plantea una ética planetaria para el siglo XXI, implica que la “ciudadanía terrestre” de cada una de las naciones del orbe, se comprometa y atienda en el mundo de la vida y no en el mero discurso, lo que denomina los nueve mandamientos a seguir desde una ética planetaria:

  1.  La toma de conciencia de la identidad humana común a través de las diversidades de individualidad, de cultura, de lengua.
  2.  La toma de conciencia de la comunidad de destino que en adelante une cada destino humano al del planeta, incluida la vida cotidiana.
  3.  La toma de conciencia de que las relaciones entre humanos están desvastadas por la incomprensión, y que debemos educarnos en la comprensión no sólo hacia los allegados, sino también hacia los extranjeros y lejanos en nuestro planeta.
  4.  La toma de conciencia de la finitud humana en el cosmos, que nos conduce a concebir que, por primera vez en su historia, la humanidad debe definir los límites de su expansión material y correlativamente emprender su desarrollo psíquico, moral, mental.
  5.  La toma de conciencia ecológica de nuestra condición terrena, que comprende nuestra relación vital con la biosfera... La tierra es una totalidad compleja física-biológica-antropológica, en la que la Vida es una emergencia de la historia de la Tierra y el hombre una emergencia de la historia de la vida... La humanidad es una entidad planetaria y biosférica...
  6.  La toma de conciencia de la necesidad vital del doble pilotaje del planeta: la combinación del pilotaje consciente y reflexivo de la humanidad con el pilotaje ecoorganizador inconsciente de la naturaleza.
  7.  La toma de conciencia cívica planetaria, es decir de la responsabilidad y la solidaridad hacia los hijos de la Tierra. 
  8. La prolongación en el futuro de la ética de la responsabilidad y la solidaridad con nuestros descendientes..., de ahí la necesidad de una consciencia con un teleobjetivo dirigido alto y lejos en el espacio y el tiempo.
  9.  La toma de conciencia de la Tierra-Patria como comunidad de destino/ origen/perdición. La idea de Tierra-Patria no niega las solidaridades nacionales o étnicas, y de ningún modo tiende a desenraizar a cada cual de su cultura... La idea de Tierra-Patria sustituye al cosmopolitismo abstracto que ignoraba las singularidades particulares y al internacionalismo miope que ignoraba la realidad de las patrias. A ello, añade una comunidad de perdición, puesto que sabemos que estamos perdidos en el gigantesco universo, y que estamos condenados todos al sufrimiento y la muerte... La misión antropo-ético-política del milenio es realizar una unidad planetaria en la diversidad. Es superar la impotencia de la humanidad para constituirse como humanidad, de ahí la necesidad de una política de la humanidad.



EL AMOR PROPIO EN LA ÉTICA CONTEMPORÁNEA

EL AMOR PROPIO EN LA ÉTICA CONTEMPORÁNEA

La transición de la moral. La moral del deber por la moral del bienestar individual


Para Lipovetsky la ética de los tiempos democráticos que corren es más bien “indolora”, es decir, alérgica a los deberes, a las obligaciones y a los sacrificios personales; se trata de un tipo de ética que sólo se pone en marcha gracias a la espontánea voluntad de los sujetos. Bajo este nuevo horizonte, el querer hacer las cosas, no el deber de hacerlas, es la razón más contundente para realizar cualquier empresa. De este modo, la voluntad de hacer las cosas ha pasado al primer plano de una ética basada en el bienestar individual. Ya no se trata de la búsqueda del Bien, como una de las grandes virtudes morales, como en antaño se propoma en los discursos filosóficos y en los comportamientos basados en una ética del deber, sino de la búsqueda, a como dé lugar, del bienestar individual. Bajo esta lógica, se trata de reclamar los derechos individuales (“subjetivos”), pero sin que éstos impliquen deberes. Este sería propiamente el sentido del paso de la moral tradicional del deber, a la ética del bienestar individual. Tras una fase de disolución del orden heterónomo y sacrificial al que tendía la moral del deber, se da paso a un nuevo orden de valores que tiene como eje central el ideal del respeto a los “derechos subjetivos” de los individuos. Se trata de una ética del interés personal, donde habría menos “heroísmo ético”, y, en cambio, más “egoísmo inteligente”, a favor claro está, del bienestar individual. Este proceso de transformación que sufre la moral tradicional, Lipovetsky lo sintetiza de la siguiente manera: En nuestras sociedades, los objetos y marcas se exhiben más que las exhortaciones morales, los requerimientos materiales predominan sobre la obligación humanitarista, las necesidades sobre la virtud, el bienestar sobre el Bien. La era moralista tenía como ambición la disciplina del deseo, nosotros lo exacerbamos: exhortaba a los deberes hacia uno mismo y hacia los demás, nosotros invitamos a la comodidad. La obligación ha sido reemplazada por la seducción, el bienestar se ha convertido en Dios y la publicidad en su profeta... La primacía de la relación hombre/cosa sobre la relación hombre se ha adueñado de los signos de la vida cotidiana. De este modo se va más allá del deber exhibiendo... el derecho individualista a la indiferencia hacia los demás.

La ética del bienestar individual se funda sobre los derechos subjetivos de los individuos; derechos tales como: poder andar a tono con los últimos gritos de la moda, el hiper-consumo de los requerimientos y las necesidades materiales, el confort y la comodidad del individuo, inducidos éstos desde una lógica del consumo y la publicidad. En este tipo de ética del interés individual ya no cuenta la relación del hombre consigo mismo, sino la relación del hombre con los objetos de consumo y su correspondiente seducción hedonista. Bajo esta concepción ética, el amor propio es débil, ya que no presupone el amor a los demás, sino la consagración de su indiferencia. De esta forma, el amor individualista, como manifestación de los derechos subjetivos, es esencialmente la resultante de un egoísmo insolidario. El amor, por consiguiente, ya no representa un vínculo constitutivo en la relación ética entre persona-persona, sino un objeto más de satisfacción de los deseos individuales.


El nuevo orden amoroso


Los problemas sociales y morales del siglo XX y principios del XXI, están llevando a la humanidad por el sendero de una crisis colectiva. La velocidad que asiste al desarrollo industrial está dejando tras de sí un interés por aquellos principios éticos universales; de una moral del deber estamos pasando a una ética del querer, en donde la ética del amor propio ya no es concebida como una condición del amor a los demás. En las sociedades actuales este tipo de mutaciones están dando forma a lo que Lipovetsky ha dado por nombre un “nuevo orden amoroso”, donde lo que cuenta no es una clase de amor supeditado al deber y a los imperativos categóricos que regulaban este tipo de sentimientos en las sociedades tradicionales, sino el bienestar individual, en el que se hace prevalecer la felicidad light presentista, por encima de la realización de las virtudes y deberes, y donde el Bien, como ideal ético de la modernidad, ha dado paso al bienestar individual en las sociedades postmoralistas. ¿Qué es, pues, aquello que ha sido trastocado en la concepción del amor propio como amor a sí mismo y a los demás que caracterizó a la ética de la modernidad? ¿Cuáles son los rasgos del nuevo orden amoroso de la posmodernidad de que nos habla Lipovetsky? El diagnóstico que presenta este autor es el siguiente:

  • En la transformación operada en la moral sexual, el sexo-pecado ha sido reemplazado por el sexo-placer.
  •   La castidad y la virginidad han dejado de ser obligaciones morales. 
  •  Las parejas homosexuales son reconocidas por la ley.
  •   Ya no se considera condenable a la homosexualidad. 
  •  El porno se ha convertido en un espectáculo relativamente trivializado. 
  •  La heterosexualidad adulta, ya no lleva a hombres y mujeres a ser desterrados de la colectividad. 
  •  En el sexo posmoralista ya no se debe vigilar-reprimir-sublimar, debe expresarse sin limitaciones ni tabúes, con la única condición de no perjudicar al otro.
  •  Con la disociación del sexo de la moral, el primero ha adquirido un valor intrínsecamente moral debido a su papel en el equilibrio y en el pleno desarrollo íntimo de los individuos. 
  •  La idea de deberes en materia de sexualidad ya sólo suscita la sonrisa, y la vida virtuosa ya no se entiende como austera disciplina de los sentidos.
  •  Con las nuevas técnicas de reproducción, la procreación de un hijo sin padre, la maternidad y la paternidad sin relación sexual se han hecho posible.
Estos rasgos de la moral sexual propios de las actuales sociedades posmoralistas, cabe señalar que no son extraídos de la formulación a priori de una nueva teoría ética, sino de la constitución misma de la vida cotidiana enraizada principalmente en las sociedades más industrializadas. Por lo que se puede afirmar que aquello que Lipovetsky tematiza como un “nuevo orden amoroso” encuentra su fundamento -para utilizar la expresión de Max Weber- más que en un “juicio de valor”, en un “juicio de hecho”. Pero de ahí a afirmar que dicho orden, que se sustenta en una ética del bienestar individual, sea compatible con una ética del amor propio que incluye el amor a los demás, hay mucha distancia. Asimismo, resulta éticamente cuestionable la concepción de autonomía individual y de los derechos subjetivos en la que pretende fundarse la nueva moral sexual posmoralista, cuando se acepta explícitamente por parte de Lipovetsky, que en la nueva relación amorosa, ya no estamos instalados en la relación “persona-persona”, sino en la relación “persona-cosa”, exhibiéndose con ello, como afirma este mismo autor, el “derecho individualista a la indiferencia hacia los demás”. Lo cual resulta a todas luces incompatible con una ética del amor propio, que no rechaza una ética del amor a lo demás.



DEL ENAMORAMIENTO AL AMOR

 DEL ENAMORAMIENTO AL AMOR 

El enamoramiento es una manifestación del amor pero no se confunde con él. Se trata de un proceso afectivo-sentimental, originalmente entre un hombre y una mujer que surge como un destello que parece indicar que esa persona es alguien trascendental en nuestra vida. Pero ello no es todavía el amor, sino una de sus apariciones nacientes.

El proceso de enamoramiento presenta varias características. Una de ellas es que es algo que sucede, es decir, tiene que ver más con el corazón que con la voluntad. Enamorarse, en este sentido, “no es una decisión ni una elección, sino un proceso, algo que acontece, a veces incluso en contra de la propia voluntad”.135 No decimos: “me voy a enamorar de él o de ella”, sino que el enamoramiento surge como una cuestión del corazón más que de la voluntad o de la inteligencia; aunque no significa que estos elementos no tengan un papel en este proceso, pero es siempre secundario.

Una segunda característica es que en el enamoramiento se atrae a la persona del hombre o de la mujer, no sólo por el aspecto sexual, sino en su globalidad, es decir, por su personalidad, risa, inteligencia, ternura, carácter, mirada, sonrisa, etc. El hombre se enamora por los rasgos propios de la feminidad de la mujer, y ésta de la persona del hombre en su masculinidad.

Una tercera característica, indica que el enamoramiento no se reduce a mera atracción. Implica que, poco a poco, la persona del otro comienza a resultar esencial en mí vida. Gradualmente el sujeto amoroso empieza a darse cuenta que deja de ser uno, par ser con el otro (u otra). De esta forma:

Comienza a surgir un nuevo núcleo de vida que antes no existía... Un mundo por el momento exclusivamente privado al que sólo tienen acceso los enamorados pero que va creciendo de forma absorbente y expansiva... El amor adquiere así su carácter central, decisivo y arrebatador; su fuerza terrible y hermosa, casi divina, que modela la realidad y decide el destino de los hombres porque, a partir de ese momento, la vida sólo tiene sentido en presencia y junto a la persona amada.

Se pasa así del enamoramiento al amor, esto es, del estado naciente del amor, al cultivo auténtico de esta actitud consistente en recibir y dar reciprocamente, a partir de la cual la vida sólo cobra sentido en presencia y junto al otro. 

Como acto que refleja uno de los rasgos más importantes de la condición humana, el enamoramiento no siempre es lineal ni completo, por lo que, en vez de tal enamoramiento, lo que encontramos son amores no correspondidos, amores abandonados, traiciones, olvidos, infidelidades, confusiones emocionales, etcétera. Por esto último, en el proceso de enamoramiento, también cabe hablar de falsos enamoramientos. Por ejemplo, cuando se identifica erróneamente a la persona con una (o alguna) de sus características, pero con el paso del tiempo se toma conciencia de que en realidad se trataba de un mero deslumbramiento, es decir, la persona no era lo que parecía ser. También se puede dar un falso enamoramiento por falta de profundidad en la relaáón. El hombre o la mujer se enamoran, pero al paso de pocos días, semanas o meses, ese flechazo desaparece sin dejar rastro. En este caso no estamos ante el enamoramiento, sino ante una atracción fuerte, donde se descubre que la vida entregada a la persona que se creía amada no tiene sentido

Una última manifestación del falso enamoramiento es cuando la persona se enamora auténticamente, pero de la persona equivocada, dado que no somos correspondidos. Estas situaciones no deben atribuirse a la inmadurez o irresponsabilidad de la persona enamorada, ya que, como hemos dicho, el enamoramiento no depende siempre de la voluntad. En tal caso, “alguien puede enamorarse de otra persona aunque no quiera y, de igual modo, le puede resultar imposible dejar de amar a alguien, aunque sepa que se trata de una relación imposible y equivocada”. En suma, el verdadero y auténtico enamoramiento es aquel en donde las personas que sentimos amar resultan esenciales en nuestros proyectos de vida, sobre todo cuando empezamos a dejar de ser uno mismo, para pasar a ser con el otro (un nosotros). En este momento preciso hemos dado lugar al amor, que, como dice Finkielkraut, surge cuando se conjuntan “la apoteosis de la preocupación por uno mismo” y “la preocupación por otra persona llevada a su paroxismo”.138 Sólo así podemos hablar de una ética del amor propio como amor a los demás.



EL RESPETO COMO FUNDAMENTO ÉTICO DEL AMOR A LOS DEMÁS

EL RESPETO COMO FUNDAMENTO ÉTICO DEL AMOR A LOS DEMÁS


La ética del amor propio, presupone en todo momento no sólo la relación persona-persona, sino también la relación hombre-cosa, hombre-mundo y hombre-vida en general. Se trata, en este caso, de un amplio espectro de vínculos humanizadores que el hombre es capaz de construir y, gracias a los cuales, da lugar a su segunda naturaleza, ya que todo lo que el hombre toca, entra en el reino de la cultura, su cultura.

Los modos de apropiación que el hombre pone en juego en estas múltiples relaciones pueden ser de distinto tipo: cognitivo (científicofilosófico), mítico-religioso (basado en creencias en seres sobrenaturales) y práctico-utilitario (intereses instrumentales). Un cuarto modo de apropiación no contemplado de manera explícita en los tres anteriores, resulta ser el modo de apropiación ético. Este último remite a los fines y valores que orientan la acción del hombre en sus relaciones con las cosas materiales, la naturaleza, la humanidad y la vida en general. Como ejemplo de ello, podemos decir que resulta más ético no destruir una piedra que destruirla cuando es innecesario; no arrojar desechos tóxicos al mar que arrojarlos, no asesinar especies marinas en peligro de extinción que su exterminio, no cometer crímenes contra la humanidad que cometerlos, o finalmente, no atentar contra la vida que ponerla en peligro. Lo anterior pone de manifiesto que la relación del hombre, tanto con lo humano como con lo no-humano, está mediada siempre por valores o antivalores, dado que en tanto ser libre, ambiguo y contradictorio, su accionar no puede ser indiferente al bien y al mal, a lo moral y lo no moral, a lo recto y lo no recto. Pues bien, los valores o antivalores adoptados en toda relación humana, constituyen un referente fundamental a tomar en cuenta en la determinación de la relación amorosa o no amorosa con “lo otro”, según se muestra en los ejemplos anteriores.

Uno de los valores morales fundantes en toda manifestación humana del amor a lo otro, es el valor respeto, principalmente, el respeto a la vida, a la naturaleza y a la humanidad entera. Respeto “significa valorar a los demás, acatar su autoridad y considerar su dignidad, se apega a la verdad, no tolera la mentira, la calumnia ni el engaño y exige un trato amable”.128 En este sentido, el respeto es principalmente una forma de reconocimiento, de aprecio y valoración de las cualidades de lo otro, precisamente porque dichas cualidades han sido descubiertas, construidas y/o resignificadas a partir de la relación humana con lo otro. Una concepción del valor respeto que es congruente con la visión que acabamos de expresar, es la que sostiene el filósofo francés Emmanuel Lévinas, quien ha establecido los términos de lo que denomina una metafísica respetuosa, a partir de la cual define al individuo respetuoso como aquel que es capaz de reconocer la alteridad de los otros: E l sujeto moral es aquel que reconoce la diferencia de los otros, que la respeta y es responsable de ella ... E l y o moral, así definido es un sujeto respetuoso, no imperialista.129 Desde esta perspectiva filosófica, el sujeto ético respeta la alteridad y/o diferencia de lo otro y, además, se hace responsable de dicho acto. De esta forma, la relación del yo (sujeto moral) con lo otro, se plantea en un plano de horizontalidad y no de verticalidad, donde los “otros” pueden ser tanto los hombres como los no-hombres. El respeto puede ser de dos tipos: activo y pasivo. El activo es aquel que el sujeto se da a sí mismo como resultado de su propia deliberación moral, mientras que el pasivo, es asumido por temor y miedo al castigo impuesto por una autoridad externa.


Respeto a la vida


La lucha por la vida es una de las constantes de los seres vivos. Hasta el punto de que, durante siglos, se consideró el derecho a la vida como el primer artículo de una ley natural. Ningún ser vivo quiere la muerte. Esta es siempre algo que acaece, que sobreviene, no algo que los que están vivos busquen o quieran por sí mismos.130 Todos los seres concretos históricos, espaciotemporales (sean estrellas o peces, nubes o montañas) están limitados en el espacio y el tiempo. Se dice que sólo Dios es eterno e infinito, puesto que está en todo lugar y tiempo. Pero en el mundo real todo empieza y todo acaba. Todo tiene límites espacio-temporales. Aunque en el mundo real todo acaba, sólo lo que vive muere. Así, los seres humanos compartimos con todos los seres vivos, que somos, parafraseando én esto a Heidegger, seres-para la muerte. Por eso aprendemos a respetar la vida y la muerte, pues somos seres finitos, no perennes.´

Sin embargo, sólo al hombre le es dada esta cualidad consistente en saber apreciar el mundo del valor, en este caso, el respeto a la vida y a la muerte. La vida, como todas las formas de existencia, como realidad en sí no tiene valor, es decir, no es buena ni mala, es el hombre el que le confiere valor, de ahí las construcciones humanas del derecho y del respeto a la misma. El hombre concede valor y respeta a la vida porque él mismo forma parte de su evolución, hecho ante el cual no puede permanecer indiferente. El homus sapiens se asume como parte activa de la evolución de las especies, de las cuales, él mismo no es sino una expresión; más cualificada e inteligente si se quiere, pero perteneciente a una especie determinada, al fin.

Los seres humanos no somos iguales a los demás seres vivos, pero compartimos con ellos los mismos derechos naturales. Uno de ellos es el derecho a la vida. En este sentido, todo ser viviente debe —y puedeser respetado por el hombre. De ahí que hoy en día se hable y se legisle, por ejemplo, sobre el derecho de los animales. El respeto a la vida, en cualquiera de sus manifestaciones, tiene que ser un respeto activo, es decir, elegido y practicado libremente por el individuo, y no un respeto pasivo, impuesto por una autoridad externa, donde el individuo sólo tome conciencia de su valía, pero no haga nada para perpetuarlo. 



Respetó a la naturaleza




Tenemos razones suficientes para pensar que los problemas de la naturaleza son los problemas del hombre por excelencia: necesariamente hacen referencia a su permanencia o destrucción definitiva.

Ante esto, se deben ofrecer razones al individuo para que se convenza de que respecto a la naturaleza no podrá actuar más sin limitación alguna. El ser humano necesita de autocontrol. Kant pedía a la razón metafísica no se excediera en su uso, nosotros podemos exigir al hombre de hoy no abuse de su condición antropocentrista. ¿Para qué queremos una naturaleza devaluada, minusválida y de cuello torcido? Si sucumbe la naturaleza, caen con ella los grandes paradigmas del hombre. Por ejemplo, la ciencia, al versar sobre la naturaleza y la sociedad, produce un conocimiento menos sustantivo en la medida en que aquello que constituye su objeto se encuentra cada vez más devaluado; tal es el caso de las relaciones individuo-naturaleza. Según Marx, tuvo razón Vico al distinguir la historia de la humanidad de la historia de la naturaleza; la primera, dijo, la hemos hecho nosotros, mientras que la segunda no. Verdad a medias. Esta última también la hemos hecho nosotros ahí donde comienza la historia nuestra. Por lo que, no únicamente hacemos historia de la naturaleza cuando actuamos sobre la misma, sino también cuando respetamos y dejamos a ésta seguir su propio proyecto de ser, toda vez que aceptamos, junto con Nietzsche, que “en ella no hay más que necesidades”. En este sentido, respetar y dejar ser a la naturaleza, significa ya actuar sobre ella. A decir verdad, no se trata de convertirla en algo intocable, sino de seguir asimilando las múltiples bondades que, sin pedir nada a cambio ella nos ofrece, al mismo tiempo que respetamos sus más profundas necesidades. Como dijo Bacon: en vez de que “los hombres se ocupen en admirar y celebrar los falsos poderes de la mente, deberían contentarse con observar a la naturaleza y no de alardear vanamente de vencerla”.131 El hecho mismo de actuar o no sobre la naturaleza nos coloca, paradójicamente, frente a un callejón sin salida; cualquier solución que adoptemos y sus previsibles e imprevisibles efectos, tendrá en lo más hondo que ver con nosotros mismos. ¡Somos (quién iba a pensarlo) responsables de lo que se haga o deje de hacerse con la naturaleza! Sucia y sin identidad, limpia y con identidad, como quiera que sea, los seres humanos mucho tendremos que ver en ello.

Lo que nuestra época necesita no es “eternidad” como pensaba Kierkegaard. Lo que necesitamos, hay que reconocerlo, es un mínimo de sabiduría presocrática, es decir, volver a reconocer en el agua, la tierra, el fuego y el aire, los principales elementos constitutivos del ser. Devolvamos a la filosofía su carácter de “ciencia física”, para de este modo recuperar la physis perdida y el sentido de la misión que cumplió originalmente la propia filosofía: habilitar al hombre —dice Nicol— para una comunión con el ser no humano por la vía del pensamiento

No olvidemos que somos hombres de la naturaleza, más bien, de una determinada naturaleza. Por lo anterior, hoy más que nunca se hace necesaria la creación de una ética planetaria de la solidaridad humana que tenga como base un tipo de fundamentación, en la cual se determine cuál deberá ser nuestra responsabilidad y compromiso moral para con nuestros congéneres humanos, las generaciones futuras y la naturaleza en general, así como las disposiciones sociales y políticas que será necesario implantar por parte de nuestras sociedades para hacer posible en los hechos un respeto activo de la naturaleza.


Respeto a la humanidad




La humanidad es tanto origen como destino común de los seres humanos en el planeta tierra. Con este proceso, que es la historia incesante de la humanidad, nos referimos al hombre humanizado, pero también al no-humanizado, es decir, al que se aparta del destino común tendiente al perfeccionamiento del género humano. Se ha dicho una y otra vez, que el hombre posee dos naturalezas: la primera referida a los condicionamientos biológicos que comparte con la especie animal, la segunda está relacionada con la cultura. Pero, habría a esto que agregar una tercera naturaleza, y ésta es precisamente la humanidad, es decir, lo que genera la propia cultura; lo que el hombre ha sido, es y seguirá siendo mientras siga vivo en el planeta tierra.

Así pues, la humanidad se concibe como la relación interdependiente entre el hombre como individuo singular, las sociedades históricas y la especie animal a las que pertenece. De este modo, el hombre se realiza en este vínculo intergeneracional; es quien construye la humanidad, su humanidad, es decir, su destino común como hombre, pero al mismo tiempo es constituido por ella. La humanidad, por consiguiente, tal y como lo plantea Morin, es “lo universal concreto”, esto es: el destino común del hombre realizado históricamente en cada individuo. Dada las actuales condiciones de amenaza creciente de su supervivencia en la tierra, la humanidad ha dejado de ser una idea abstracta y vacía de contenido, vinculada directamente con las visiones apocalípticas del fin del mundo, sean éstas filosóficas o religiosas, para convertirse en una idea concreta, hoy más que nunca relacionada con los intereses vitales del “ciudadano terrestre”. Edgar Morin lo plantea de la siguiente manera:

La humanidad ha dejado de ser una noción abstracta: es una realidad vital ya que desde ahora está amenazada de muerte por primera vez. La humanidad ha dejado de ser una noción solamente ideal, se ha vuelto una comunidad de destino y sólo la conciencia de esta comunidad la puede conducir a una comunidad de vida; la Humanidad, de ahora en adelante, es una noción ética: ella es lo que debemos realizar todos y en cada uno. Mientras que la especie humana continúa su aventura con la amenaza de la autodestrucción, el imperativo es salvar a la Humanidad realizándola.

La conciencia de esta “comunidad de destino” de que nos habla Morin, sólo será posible si el hombre en tanto individuo, sociedad y especie humana, es capaz de respetar esta tercera condición humana que es la humanidad. Dicho en otras palabras, sólo podremos salvar a la humanidad de sus propios instintos e impulsos de autodestrucción, anteponiendo el respeto de todas las formas civilizadas de la existencia humana a la barbarie, a la guerra y a las actitudes y acciones imperialistas que actualmente caracterizan a las tendencias deshumanizantes en el mundo. Para ello, lo que necesitamos es, pues, como sostiene Apel:

... una ética universalmente válida para la humanidad como un todo, lo cual no significa que precisemos de una ética susceptible de prescribir, para todos los individuos o para todas las modalidades de vida sociocultural diversos, un estilo uniforme de buena vida. Bien al contrario, podemos aceptar, e incluso obligarnos a proteger, el pluraüsmo de las formas individuales de vida a condición de que quede garantizado el respeto, en cada forma de vida, a una ética universalmente válida de igualdad de derechos y corresponsabilidad en la resolución de los problemas comunes de la humanidad.

El respeto a la humanidad ha de significar, por tanto, la lucha cotidiana de hombres y mujeres en el mundo por la dignificación de la libertad y la dignidad humanas; respeto entendido como forma de reconocimiento de esta humana condición del hombre que consiste en su propia búsqueda de autotrascendencia, para convertirse al mismo tiempo, en un ser cada vez más universalizable. Para que este tipo de respeto y amor a la humanidad sea posible, se demanda del “ciudadano terrestre” el cultivo de una actitud radical, en donde, como sostiene Marx, “ser radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz para el hombre es el hombre mismo”.134 Esto significa que en esto del respeto y el amor a la humanidad, tenemos que empezar por nosotros mismos.




EL AMOR PROPIO COMO AMOR A LOS DEMÁS

EL AMOR PROPIO COMO AMOR A LOS DEMÁS


Coincidiendo con Fromm, el amor antes que una relación, es un arte que hay que ir aprendiendo todos los días; es pues, aquella actitud que orienta y da significado humano a la relación amorosa. En este sentido, el aprendizaje del amor tenemos que construirlo, sobre todo porque aquel no viene siendo una realidad constitucional del hombre; una prueba de ello es que existen en este último tendencias que son contrarias al amor, como la envidia, los celos, la discriminación, la indiferencia, entre otros rasgos de la naturaleza humana que dificultan el amor a los demás. 

El amor de sí, es decir, el amor de cada uno de nosotros, nos debe al mismo tiempo posibilitar el tránsito al amor a los demás. Una primera posibilidad en esto es manifestar “amor al prójimo”, definido este término como la voluntad de querer el bien de las personas que nos rodean; sí, de los que están a un lado de ti, de mí, de todos nosotros. En esta faena moral, se trata de poner al amor propio como criterio del amor a los demás, esto es: amar al prójimo tanto como a ti mismo, como reza el mandamiento bíblico.

El prójimo es la persona que está junto a ti (aunque a veces no tanto). Prójimo aquí es el “próximo”, el que está más cercano y es persona. Por su parte, amor a los demás lo entendemos como una voluntad de trascendencia por parte del sujeto. Gracias a este acto la persona sale de sí, deja su propio yo para relacionarse con los demás con el objetivo de lograr su bien, al mismo tiempo que está consciente que con ello alcanzará también el suyo.


El amor a los demás, por tanto adquiere las siguientes características:


1) el amor al otro implica su afirmación, esto es, nuestro asentimiento de su existencia, tanto de forma verbal como existencial. De esto modo, para amar auténtica mente al otro, no basta con decirle que lo queremos, sino la asunción de un compromiso real con el cuidado de la persona que se ama; 

2) amar a los demás, supone también admitirlos en nuestro entorno y aceptarlos, haciéndonos cargo, dentro de lo posible, de lo que son y de lo de que necesitan; 

3) el amor a los demás es un sentimiento cercano a la amistad y a la benevolencia, pero no se confunde con ellos.  

la búsqueda del bienestar del otro, pero la amistad es un vínculo más profundo que la simple relación entre un yo y un otro; por ejemplo, podemos amar a los más necesitados, a los compañeros de trabajo, a nuestros maestros, etc., pero estas no son personas esenciales en nuestras vidas como los amigos. Finalmente, hay un vínculo más íntimo y más cercano del amor al prójimo como amor a los demás: se trata de la relación verbal y existencial expresada en la frase “te quiero”.

El amor al prójimo se dirige a los demás, pero no de forma específica. Hay, sin embargo, un grupo de personas, generalmente muy reducido, con el que establecemos una relación especialísima y única que nos permite decirle: “Te quiero”, con todo lo que ello significa y conlleva. Es el nivel más elevado del amor y generalmente se limita a: 

1) a alguna amistad particularmente profunda;

 2) las relaciones familiares, sobre todo entre padres, hijos y hermanos; 

3) el amor entre el hombre y la mujer. Esta modalidad del amor reúne todas las cualidades del amor al prójimo en un grado especialmente elevad 





EL AMOR PROPIO COMO AUTOESTIMA Y COMO AMOR A SÍ MISMO

EL AMOR PROPIO COMO AUTOESTIMA Y COMO AMOR A SÍ MISMO




La autoestima es el conocimiento que tenemos de nosotros mismos, es decir, la aceptación de nuestros potenciales y debilidades, aquello de lo que somos capaces hacer de acuerdo con nuestra humana condición. Significa, por tanto, la posibilidad de aceptarnos tal y como somos, con nuestras virtudes y defectos.

Se habla hoy en día de alta y baja autoestima. La persona con alta autoestima, al aceptarse como es busca siempre el bien de sí misma, por el contrario, la que tiene baja autoestima, al no aceptarse con sus propios potenciales y limitaciones, tiende a la depresión, a la desmoralización y, en algunos casos, al suicidio. En pocas palabras, no busca su propia realización, sino lo contrario, su autodestrucción.

De lo anterior se desprende que la persona que tiene una buena autoestima es la que experimenta el amor propio, esto es, la aceptación de su propia naturaleza humana, y por lo mismo, lucha por conseguir su realización. Lo contrario sucede con la persona que presenta una baja o nula autoestima. 

A decir verdad, la primera persona con la que de hecho nos relacionamos somos, evidentemente, nosotros mismos, y esta relación es la que da lugar precisamente al amor propio. Si aceptamos la idea del amor propio como elevada autoestima, tenemos que aceptar que aquel es bueno por varios motivos:
 1) porque cada uno de nosotros somos seres dignos y valiosos, ya que somos personas. No son personas sólo los otros, sino también nosotros lo somos, y por consiguiente, también somos dignos de ser amados; 
2) sería realmente absurdo amar a los demás y no amarnos a nosotros mismos; tenemos, por tanto, que cuidarnos y preocuparnos de nosotros mismos;
 3) aunque somos responsables de los demás, lo somos de nosotros mismos, precisamente porque nuestra capacidad de autodeterminación se limita a nuestro propio ser.
 Por todo ello, estamos obligados a prestarnos una atención especial, ya que somos la persona en quien más podemos influir y a quien, por otra parte, más podemos ayudar. 

Como complemento de lo anterior, podemos decir que el amor propio no sólo es bueno, sino totalmente necesario, debido a que es el motor de toda nuestra existencia. Esto significa que, entre más nos queremos y apreciamos a nosotros mismos, más hacemos crecer nuestras propias potencialidades. De esta forma

... el amor propio entendido como autoestima o valoración de sí es un muelle imprescindible de la acción. Un muelle que, cuanto más poderoso sea, más empuja a la persona a la conquista de metas importantes a nivel personal o profesional. Esto es algo tan cierto que, incluso en el caso de que me esté esforzando por ayudar a los demás, siempre está presente el amor de mí, la búsqueda de mi bien. Cuando alguien se sacrifica por otro no puede prescindir de la búsqueda de su bien personal porque sería ilógico esforzarse por los demás y traicionarse a sí mismo.

Ahora bien, el amor propio como autoestima, al contrario de como pudiera parecer en nuestros días, no siempre ha sido bien visto en la historia de la humanidad. Para teólogos como Calvino y Lutero, por ejemplo, el amor e interés hacia sí mismo es algo en esencia detestable y pecaminoso. El hombre es un ser insignificante y perverso de frente a Dios; no le queda más remedio que inclinarse ante él y obedecer los mandatos divinos. En este marco, el hecho de estimarse o agradarse a sí mismo es visto como uno de los principales pecados. El no ser egoísta, el amar a los demás o a Dios por encima siempre de sí mismo, implica no hacer lo que uno desea, y abandonar por tanto los propios deseos en atención a los que tienen autoridad.

“No seas egoísta” acusa, en último análisis, la misma ambigüedad que en el calvinismo. Aparte de su implicación obvia, significa “no te ames a ti mismo”, “no seas tú mismo”, sino sométete a algo más importante que tú, a un poder fuera de ti o a su interiorización: “el deber”. “No seas egoísta” ha llegado a ser uno de los instrumentos ideológicos más poderosos para suprimir la espontaneidad y el libre desarrollo de la personalidad"

Pero no siempre el egoísmo, el amor a sí mismo y el interés propio han sido considerados pecaminosos y amenazantes para los individuos y las sociedades en distintas épocas históricas. En la actualidad existen planteamientos éticos como los propuestos por Fromm, Savater, Galimberti, Finkielkraut, entre otros, para quienes el egoísmo, el amor e interés propio del individuo, es parte esencial de la condición ética del ser humano, además de expresar la posibilidad que este último tiene de reconocerse y de actuar como sujeto ético, al mismo tiempo que practica el arte de amar a los demás. Por ello, el amor propio como autoestima, en su carácter de ideal ético, es para estos pensadores compatible con una ética que propugna el amor a los demás. Parafraseando a Kant, los defensores del amor propio “dirán que sin amor propio mi amor a los demás será ciego, y sin amor a los demás, mi amor propio resultará vacío”.


Individualismo: una característica del amor propio en la sociedad actual




Con el término individualismo, sucede algo parecido con palabras como egoísmo y amor propio; su sola mención genera ambigüedad. Ser individualista es, o sinónimo de poco compromiso con los valores y causas sociales, o bien, su contraparte, compromiso propio con el desarrollo autónomo de cada persona. ¿Es, pues, bueno o malo el individualismo desde el punto de vista ético? En sentido estricto, el individualismo parte del supuesto de que no hay ética si no se respeta la autonomía del individuo, esto es, sin la conciencia del sujeto moral de su capacidad para crear o aceptar libremente sus normas de conducta, por lo que no puede ser malo en absoluto pedirle que se construya en cuanto tal, es decir, que no renuncie a su condición de ser proyecto creativo. Como señala Victoria Camps: No sólo no es rechazable la concepción individualista de la persona: es una condición y un deber del sujeto moral mantener su individualidad a salvo de intromisiones ilegítimas; es una condición y un deber del sujeto moral quererse a sí mismo: no despreciar la propia valía, antes bien, extraer de ella el máximo rendimiento.122 Según esto último, la ética válida de nuestro tiempo tiene que ser individualista, a condición de preservar al individuo, dado que esa preservación es al mismo tiempo un derecho y una exigencia: derecho del individuo a determinar lo que debe y quiere hacer, y exigencia sobre su propia responsabilidad ante los demás, considerado él mismo no como un ente aislado, sino como un ser social. Sólo así, con esta doble exigencia, será como podremos construir una ética, como sostiene Femando Savater, sobre la base del “amor propio”. En palabras de este autor: 

El proceso de individuación no sólo es un producto social y una perspectiva sobre la sociedad, sino también una vía de interiorización y por tanto de riesgo. La ética del amor propio puede servir de suplemento de alma para esta exploración delicada y necesaria.12’ Sólo en este sentido es como resulta válido, desde el punto de vista ético, hablar de un individualismo entendido como amor propio: individualismo como derecho, por una parte, de preservar su propia autonomía, y por la otra, como exigencia que tiene éste de responder ante los demás por sus actos. Lo contrario implicaría afirmar un individualismo falaz, inoperante y contradictorio, que al mismo tiempo que proclama la soberanía y autonomía del individuo para construir su propia valía, por otro lado, en los hechos, lo hace a costa de sacrificar su responsabilidad y compromiso moral con los intereses más elevados de la sociedad. El individualismo considerado éticamente tiene, por tanto, que tomar en cuenta que: el descrédito actual de la política, el declive de la participación, la injusta distribución del trabajo, la nostalgia de comunidades homogéneas y compactas, la explosión de las reivindicaciones nacionalistas, la exigencia de una calidad de vida que nos proteja de las exigencias puramente técnicas, la dificultad para recuperar al ciudadano como agente de cambio y no como súbdito, las insuficiencias y perversidades del culto a la información y al mercado como modelo hegemónico de las relaciones humanas, entre otras, son algunas de las problemáticas que, política y socialmente, pueden ser consideradas entre las más importantes, dado que ejemplifican la actual desarticulación entre lo privado y lo público, así como la distancia que existe entre las teorías éticas y las realidades del mundo de la vida. Pero, ¿qué características asume el individualismo en la época actual, marcado por la posmodernidad? Al respecto se dice que estamos transitando de una moral del deber a una ética del bienestar individual. Pasamos así, de las éticas del Bien, a la ética del Bienestar. Según Lipovetsky,123 24 a través de la publicidad, el crédito, la inflación de los objetos y los ocios, el capitalismo de las necesidades ha renunciado a la santificación de los ideales en beneficio de los placeres renovados y los sueños de la felicidad privada. Se ha edificado una nueva civilización, que ya no se dedica a vencer el deseo sino a exacerbarlo y desculpabilizarlo: los goces del presente, el templo del yo, del cuerpo y de la comodidad se han convertido en la nueva Jerusalén de los tiempos posmoralistas. Como consecuencia de la emergencia de estos valores en que se funda una ética del bienestar individual, la moral del deber se ha vuelto inadecuada para una cultura materialista y hedonista basada en la exaltación del yo. “La felicidad si yo quiero”: el culto de la felicidad

de masas ha generalizado la legitimidad de los placeres y contribuido a promover la fiebre de la autonomía individual. Por encima de las obligaciones categóricas de la moral tradicional, se proclama desde ahora que lo importante no es el Bien abstracto de la moral del deber, sino el bienestar del individuo. Bajo este nuevo orden moral lo que cuenta es ¡la felicidad o nada!; por ello se dice que nuestra época es posmoralista, dominada como está por las coordenadas de la felicidad del yo, de la seducción y el confort individual. Así, las lecciones intransigentes de la moral han abandonado el espacio público y privado, las llamadas de devoción absoluta, el ideal de vivir para el prójimo; todas esas exhortaciones han dejado de tener resonancia colectiva; en todas partes reina la desvitalización de la formadeber, el debilitamiento de la norma moral infinita como características de la nueva democracia. La pregunta central que procede realizar de cara a este diagnóstico del advenimiento de las llamadas democracias postmoralistas, donde la moral del deber ha cedido su puesto a una ética de la autonomía y del bienestar individual, es la siguiente: ¿qué tan compatible resulta ser esta concepción del individualismo light postulado por Lipovetsky, que reduce al individuo a un hedonismo privado, el confort individual, los goces del cuerpo, etc., con una concepción de individualismo tal y como lo conciben filósofos como Fromm, Savater y Victoria Camps? Se trata de dos concepciones antagónicas: una expresada como individualismo fuerte y la otra como individualismo débil. La primera de ellas refiere a que el individuo es capaz de darse a sí mismo sus propias normas como derecho, pero también se entiende como exigencia imputable hacia él mismo sobre su necesaria responsabilidad y compromiso moral que adquiere con respecto a la sociedad, como resultado del ejercicio de su autonomía moral, por lo que este planteamiento resulta ser congruente con una ética del amor propio en sentido fuerte. La segunda forma de individualismo denominado débil, es la adoptada por Lipovetsky, es decir, un individualismo que hace del mero bienestar privado la fuente de la “autonomía individual”. En este sentido, al oponer este autor la moral del deber a las exigencias de la autonomía, olvida precisamente que, como dice Alain Renaut, “.. .la moral del deber que Kant tematizó... es la que mejor expresa el principio de autonomía de una voluntad que se somete, en cuanto individualidad, a la ley que se ha dado a sí misma mediante esa parte de humanidad común presente en todos nosotros”. De ahí el carácter débil de la concepción de individualismo formulada por Lipovetsky, quien en aras de huir de la moral del deber, postula un ideal de autonomía individual no compatible con la vertiente fuerte de individualismo, que toma como base una ética del amor propio. 


EL EGOCENTRISMO: UNA PERVERSIÓN DEL AMOR PROPIO


El egocentrismo es la concentración exagerada en uno mismo, lo contrario de mostrar apertura hacia los demás. Sin embargo, no es sinónimo del egoísmo éticamente considerado. Este último significa manifestación de amor a las propias potencialidades, en donde el amor propio es concebido como autoestima, como posibilidad de la propia autorrealización, junto a la posibilidad que tiene el hombre de reconocerse y actuar precisamente como sujeto ético, al mismo tiempo que practica el arte de amar a los demás.

Ahora bien, cabe preguntar ¿por qué se tiende a identificar al amor propio con el egocentrismo? Esto es así debido a que el hombre tiene una especial facilidad para centrare en sí mismo, en el propio mundo y en sus actividades, aislándose de las personas que le rodean. En esto consiste la perversión del amor propio efectuada por el egocentrismo. El egocentrismo, entendido como la capacidad de amarse demasiado, es también demasiado fácil de realizar, de ahí que se haga necesario lo que se conoce como “olvido de sf’, es decir, el olvido del propio yo, pero en el sentido de la capacidad para negarse a sí mismo, cuyo auténtico significado implica impulsar a las personas a salir de un reconcentramiento egoísta en los propios intereses. En esta perspectiva:

El amor de sí necesita, para realizarse plenamente, el olvido de sí, porque sólo si amamos a los demás de manera profunda y sacrificada nos amamos realmente a nosotros mismos... Sólo podemos afirmarnos plenamente a nosotros mismos afirmando al mismo tiempo al otro mientras que la cerrazón frente al prójimo conduce al empequeñecimiento y a la infidelidad.

Al hablar de egocentrismo, más que hablar del amor propio, estamos aludiendo a una concepción esencialmente negativa del mismo. Según tal concepción, el hombre es egoísta por constitución, pues sólo se quiere y se busca a sí mismo y rechaza naturalmente cualquier orden impuesta desde fuera, aunque sea para el bien de la colectividad y de sí mismo.