miércoles, 28 de noviembre de 2018

CONCEPTO DEL AMOR

CONCEPTO DEL AMOR




Con sólo mencionar el término “amor”, damos por sentado que existen muchas clases de amor: a sí mismo, a los demás, a la naturaleza, a Dios, a la humanidad, a los animales, incluso a las cosas materiales.

Pero, el verdadero significado que interesa desde el punto de vista ético, es el amor que profesamos a las demás personas y a nosotros mismos, sin desconocer que el amor también se puede concebir en la relación hombre-cosa.

De todos los filósofos de la antigüedad, fue Platón quien en sus Diálogos E l Banquete y el Fedro, se ocupó del tema con mayor profundidad. Lo que dijo al respecto, su ubica en el dominio de los mitos, las fábulas y en su concepción general del amor griego. En este marco, de acuerdo con Ramón Xirau,111 Platón sostiene una concepción dialéctica del amor. En tanto eros, el amor es sinónimo de creación, pero también de carencia; en primer término es amor a la sabiduría, es conocimiento de la belleza, pero al mismo tiempo es ausencia, es decir, capacidad de aspiración y de deseo. En tal sentido, el amor es y no es al mismo tiempo. Es primero carencia, para después tornarse en realización de la persona que ama o es amada.

Por su parte, Tomás de Aquino define al amor como un acto genérico de la voluntad orientado hacia el bien en general. Según este teólogo-filósofo: “Todo el que obra, obra por un fin. El fin es el bien que cada uno ama y desea, por lo que resulta manifiesto que todo agente obra cualquier acción por algún tipo de amor”.112 Bajo este sentido, buscamos todo tipo de fines porque pensamos que ese es nuestro bien, y en esa búsqueda incesante, el fin que buscamos es lo que uno ama. Por consiguiente, para Tomás de Aquino, el bien y el amor son una y la misma cosa. Por ello, este pensador considera que “el primer movimiento del apetito hacia lo apetecible es el amor”.



También otro teólogo-filósofo como San Agustín, sostuvo una concepción del amor cuyo significado es conveniente vincularlo con su pensamiento teológico. Para él, existen dos tipos de amor: el amor propio y el amor a Dios. De cada uno de ellos se deriva una forma de existencia: la terrenal o la divina. En su obra Lm Ciudad de Dios, señala: “Dos amores fundaron dos ciudades: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrenal; y el amor de Dios hasta el deprecio de sí mismo, la celestial. La primera se gloría en sí misma, y la segunda en Dios”.114 Para San Agustín estas dos formas de amor implican que el hombre se ama muy poco si no ama a Dios, y si lo ama, se ama a sí mismo, de ahí que para él sea necesario amar a Dios sobre todas las cosas, como condición del amor propio.

Para Arthur Schopenhauer, filósofo alemán del siglo XIX, el amor antes que otra cosa es una pasión humana que hace posible la perpetuación de la humanidad en el tiempo. Al respecto este autor señala: “El fin definitivo de toda empresa amorosa, lo mismo si se inclina a lo trágico que a lo cómico, es en realidad, entre los diversos fines de la vida humana, el más grave e importante, y merece la profunda seriedad con que cada uno lo persigue”.115 Al igual que Tomás de Aquino, Schopenhauer identifica al amor con los fines humanos más elevados, en este sentido, para él, amor es sinónimo de bien, puesto que se trata del fin humano “más grave e importante”.

A partir del siglo XX van a surgir varias teorías y concepciones filosóficas sobre el amor, vinculadas con autores como Erich Fromm, José Ortega y Gasset, Fernando Savater, Alain Finkielkraut, Gilíes Lipovetsky, Humberto Galimberti, entre otros. En lo que se sigue destacaremos las aportaciones más importantes de algunos de ellos. 

La de Erich Fromm, ha sido una de las teorías sobre el amor que mayor influencia ha tenido en el pensamiento contemporáneo. Esta se centra en la “necesidad profunda” con que se enfrenta universalmente el hombre de trascender su propia vida individual. Considera este autor que la satisfacción plena de esta necesidad sólo se encuentra en el amor. Pero, ¿qué es el amor? Para Fromm, más que de una relación personal específica entre dos, se trata de una actitud, una actividad, es decir, un verdadero “arte” que requiere de su aprendizaje en la vida cotidiana. El amor en tal sentido demanda el “arte de saber amar”, esto es, el aprendizaje y desarrollo de este sentimiento y/o facultad del hombre para amarse a sí mismo y a los demás. 

Para Fromm, el amor consiste, más que en el hecho de ser amado, en la capacidad de amar, ya sea a uno mismo o a los demás. En vez de designar una relación personal y directa con un objeto amorqso, refiere a una facultad o actitud, más concretamente, al “arte de aprender a amar”. En este sentido: 

... el amor es un arte, tal como es un arte el vivir... no es una relación con una persona específica; es una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad no con un “objeto” amoroso... Si amo realmente a una persona, amo a todas las personas, amo al mundo, amo a la vida. Si puedo decirle a alguien “Te amo”, debo poder decir “Amo a todos en ti, a través de ti amo al mundo, en ti me amo también a mí mismo”.

... una radicali^ación del individualismo, donde hombres y mujeres buscan en el tú el propiojo, y en la unión amorosa no tanto la relación con el otro, como la posibilidad de realizar su propioy o profundo, que ya no encuentra expresión en una sociedad técnicamente organizada... En nuestra época el amor se vuelve indispensable para la propia realización como nunca lo había sido antes, y al mismo tiempo imposible porque, en la relación amorosa, aquello que se busca no es el otro, sino más bien, a través del otro, la realización de uno mismo”.

A diferencia de Fromm, para Galimberti, en la sociedad actual no importa tanto amar a los demás, como ser amado. El individuo de fines del siglo XX y principios del XXI, invierte el sentido de la relación amorosa: no se trata ya de la autorrealización individual a partir de amar a los demás, sino, a través del otro, buscar la realización del yo propio. Hablamos, así pues, de una relación amorosa donde no priva la relación del individuo con el mundo, es decir, con las personas ni con el conjunto de la vida implicada en dicha relación, sino la satisfacción y el bienestar individual.

Resumiendo, podemos decir que el amor implica la existencia de una relación persona-persona, persona-mundo, persona-vida. Significa un movimiento colectivo de dos, entre el individuo y un otro. Se trata, por consiguiente, de un acto de interrelación, tendiente al reconocimiento recíproco de ambas partes, donde la realización de uno ha de implicar necesariamente la realización del otro. Esta concepción del amor resulta muy congruente con la definición que nos proporciona Finkielkraut, para quien: 

En muchas lenguas hay una palabra que designa al mismo tiempo el acto de dar y el acto de tomar, la caridad y la avidez, la beneficencia y la codicia, es la palabra amor. El ardiente deseo que tiene un ser de todo aquello que pueda colmarlo y la abnegación sin reservas convergen paradójicamente en un mismo vocablo. Se habla de amor en el caso de la apoteosis de la preocupación por uno mismo y también en el caso de la preocupación por otra persona llevada a su paroxismo. 

El amor visto desde esta perspectiva, es el “olvido de sí” para colmar al otro, pero también, recíprocamente, es el “olvido del otro” para satisfacer al propio yo. Cuando decimos olvido, esto no significa que se ignore a uno de estos dos elementos, o bien, que tal olvido sea excluyeme, sino que se hace referencia al proceso de ascensión del yo al otro y del otro al yo. En esta tensión que está en el centro de dicha relación, es donde se resuelve lo que podemos concebir como una realización auténtica del amor.



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