EL HOMBRE COMO SER CONSTITUTIVAMENTE MORAL
Se afirma que somos, según cierta tradición de la filosofía moral hispana,75
seres constitutivamente morales, lo que significa, para decirlo en términos
coloquiales, que “no nos queda de otra”. En esto, y, parafraseando ajean
Paúl Sartre, estamos condenados a ser sujetos morales. Podemos comportarnos
de forma moralmente correcta en relación con determinadas concepciones
del bien moral, es decir, en relación con determinadas normas
y códigos morales para nosotros valiosos, o bien, en el otro extremo,
podemos comportarnos de forma inmoral con respecto a ellos, pero
estructuralmente hablando, no existe ninguna persona que se encuentre
situada “más allá del bien y del mal”. Esto significa que ante el hecho
moral, por más que queramos, no podemos ser indiferentes: somos
seres morales tanto porque nos apegamos a cierta moral como porque
nos apartamos de ella.
Desde los orígenes mismos de la humanidad, la conducta humana
se enfrenta a la doble posibilidad de ser, precisamente “buena” o “mala”,
digna o indigna del hombre. Así, la libertad implica siempre el riesgo
humano de escoger tanto una conducta como otra. De ahí lo que en
ética se conoce como ambigüedad humana.
Este término supone que el hombre no está programado para llegar a
ser de una sola forma, sino que puede optar por varios caminos, por ello es
un ser indeterminado, ambiguo y contradictorio. Indeterminado, porque no está
hecho de una vez y para siempre, sino que consiste en un trayecto, que se
* traduce en el esfuerzo permanente por llegar a ser más humano; pero en
este proceso, el hombre sigue dos caminos:
... nace con la posibilidad de hacerse más humano: desarrollar sus
potencias, crecer hacia el bien, o hacerse menos humano: descuidar
sus potencias, abandonar su crecimiento. El hombre se humaniza o se
deshumaniza a lo largo de su existencia. Hay seres humanos mejores
y otros peores... Así, en cuanto a nuestro ser, hemos de advertir que
somos racionales e irracionales, individuales y comunitarios, capaces
de amor y de odio, de alegría y tristeza. Y debido a que llevamos los
contrarios en nosotros, valoramos, diferenciamos, establecemos el
“bien” y el “mal”. La valoración proviene de la condición contradictoria
del hombre, esta última es el fundamento que hace posible todos los
valores que creamos... No podemos vivir sin valorar.
El hombre, entonces, considerado desde su propia naturaleza, es un
ser ambiguo y contradictorio por excelencia. Potencial y consustancialmente
contiene en sí la posibilidad de humanizarse o deshumanizarse, puede
tender hacia el bien o hacia el mal, abonar a su perfeccionamiento moral
o abandonarlo, por ello, se dice que es un ser contradictorio y ambiguo, ya
que incluye en su ser la doble posibilidad de desarrollar el bien y el mal, es
decir, los contrarios que potencialmente hay en cada uno de nosotros. Y
dado que no podemos vivir al margen de ésta nuestra humana condición,
que consiste en vivir valorando siempre:
La historia ofrece el testimonio de la presencia de los valores del hombre
humanizado, aunque sobre todo lo ofrece de su ausencia y su indudable
rareza; éstas son consecuencia de dos signos irreductibles de la libertad:
la decisión y el esfuerzo. En el hombre están sin duda los impulsos
dominantes del odio, la destrucción, la crueldad y el sufrimiento, del
inagotable poder de irracionalidad y malignidad, de autonegación de la
libertad y dignidad humanas; males, todos, de los que sólo el hombre es
capaz. Pero también en la misma naturaleza humana, en su ambigüedad
constitutiva, están obviamente los poderes contrarios, creadores del
homo humanus
Lo que explica la Ética es pues, que el hombre es un ser constitutivamente
moral. Bueno o malo, no puede no ser moral, ya que, como
hemos visto, la moralidad forma parte de la estructura de la subjetividad
humana, para bien o para mal.
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