EL RESPETO COMO FUNDAMENTO ÉTICO DEL AMOR A LOS DEMÁS
La ética del amor propio, presupone en todo momento no sólo la relación
persona-persona, sino también la relación hombre-cosa, hombre-mundo
y hombre-vida en general. Se trata, en este caso, de un amplio espectro de
vínculos humanizadores que el hombre es capaz de construir y, gracias a
los cuales, da lugar a su segunda naturaleza, ya que todo lo que el hombre
toca, entra en el reino de la cultura, su cultura.
Los modos de apropiación que el hombre pone en juego en estas
múltiples relaciones pueden ser de distinto tipo: cognitivo (científicofilosófico),
mítico-religioso (basado en creencias en seres sobrenaturales)
y práctico-utilitario (intereses instrumentales). Un cuarto modo de
apropiación no contemplado de manera explícita en los tres anteriores,
resulta ser el modo de apropiación ético. Este último remite a los fines y
valores que orientan la acción del hombre en sus relaciones con las cosas
materiales, la naturaleza, la humanidad y la vida en general. Como ejemplo
de ello, podemos decir que resulta más ético no destruir una piedra que
destruirla cuando es innecesario; no arrojar desechos tóxicos al mar que
arrojarlos, no asesinar especies marinas en peligro de extinción que su
exterminio, no cometer crímenes contra la humanidad que cometerlos,
o finalmente, no atentar contra la vida que ponerla en peligro.
Lo anterior pone de manifiesto que la relación del hombre, tanto con
lo humano como con lo no-humano, está mediada siempre por valores
o antivalores, dado que en tanto ser libre, ambiguo y contradictorio, su
accionar no puede ser indiferente al bien y al mal, a lo moral y lo no moral,
a lo recto y lo no recto. Pues bien, los valores o antivalores adoptados
en toda relación humana, constituyen un referente fundamental a tomar
en cuenta en la determinación de la relación amorosa o no amorosa con
“lo otro”, según se muestra en los ejemplos anteriores.
Uno de los valores morales fundantes en toda manifestación humana
del amor a lo otro, es el valor respeto, principalmente, el respeto a
la vida, a la naturaleza y a la humanidad entera. Respeto “significa valorar
a los demás, acatar su autoridad y considerar su dignidad, se apega a la
verdad, no tolera la mentira, la calumnia ni el engaño y exige un trato
amable”.128 En este sentido, el respeto es principalmente una forma de
reconocimiento, de aprecio y valoración de las cualidades de lo otro, precisamente porque dichas cualidades han sido descubiertas, construidas
y/o resignificadas a partir de la relación humana con lo otro.
Una concepción del valor respeto que es congruente con la visión
que acabamos de expresar, es la que sostiene el filósofo francés Emmanuel
Lévinas, quien ha establecido los términos de lo que denomina
una metafísica respetuosa, a partir de la cual define al individuo respetuoso
como aquel que es capaz de reconocer la alteridad de los otros: E l sujeto
moral es aquel que reconoce la diferencia de los otros, que la respeta y es responsable
de ella ... E l y o moral, así definido es un sujeto respetuoso, no imperialista.129
Desde esta perspectiva filosófica, el sujeto ético respeta la alteridad
y/o diferencia de lo otro y, además, se hace responsable de dicho acto.
De esta forma, la relación del yo (sujeto moral) con lo otro, se plantea
en un plano de horizontalidad y no de verticalidad, donde los “otros”
pueden ser tanto los hombres como los no-hombres.
El respeto puede ser de dos tipos: activo y pasivo. El activo es aquel
que el sujeto se da a sí mismo como resultado de su propia deliberación
moral, mientras que el pasivo, es asumido por temor y miedo al castigo
impuesto por una autoridad externa.
Respeto a la vida
La lucha por la vida es una de las constantes de los seres vivos.
Hasta el punto de que, durante siglos, se consideró el derecho a la
vida como el primer artículo de una ley natural. Ningún ser vivo
quiere la muerte. Esta es siempre algo que acaece, que sobreviene,
no algo que los que están vivos busquen o quieran por sí mismos.130
Todos los seres concretos históricos, espaciotemporales (sean
estrellas o peces, nubes o montañas) están limitados en el espacio y el
tiempo. Se dice que sólo Dios es eterno e infinito, puesto que está en
todo lugar y tiempo. Pero en el mundo real todo empieza y todo acaba.
Todo tiene límites espacio-temporales. Aunque en el mundo real todo
acaba, sólo lo que vive muere. Así, los seres humanos compartimos con todos los seres vivos, que somos, parafraseando én esto a Heidegger,
seres-para la muerte. Por eso aprendemos a respetar la vida y la muerte,
pues somos seres finitos, no perennes.´
Sin embargo, sólo al hombre le es dada esta cualidad consistente
en saber apreciar el mundo
del valor, en este caso, el
respeto a la vida y a la muerte.
La vida, como todas las
formas de existencia, como
realidad en sí no tiene valor,
es decir, no es buena ni
mala, es el hombre el que
le confiere valor, de ahí las
construcciones humanas
del derecho y del respeto
a la misma. El hombre
concede valor y respeta a la
vida porque él mismo forma
parte de su evolución,
hecho ante el cual no puede
permanecer indiferente. El
homus sapiens se asume como
parte activa de la evolución
de las especies, de las cuales,
él mismo no es sino una expresión; más cualificada e inteligente si se
quiere, pero perteneciente a una especie determinada, al fin.
Los seres humanos no somos iguales a los demás seres vivos, pero
compartimos con ellos los mismos derechos naturales. Uno de ellos es
el derecho a la vida. En este sentido, todo ser viviente debe —y puedeser
respetado por el hombre. De ahí que hoy en día se hable y se legisle,
por ejemplo, sobre el derecho de los animales.
El respeto a la vida, en cualquiera de sus
manifestaciones, tiene que ser un respeto activo,
es decir, elegido y practicado libremente por el
individuo, y no un respeto pasivo, impuesto por
una autoridad externa, donde el individuo sólo
tome conciencia de su valía, pero no haga nada
para perpetuarlo.
Respetó a la naturaleza
Tenemos razones suficientes para pensar que los
problemas de la naturaleza son los problemas del hombre por excelencia: necesariamente hacen referencia a su permanencia
o destrucción definitiva.
Ante esto, se deben ofrecer razones al individuo para que se convenza
de que respecto a la naturaleza no podrá actuar más sin limitación
alguna. El ser humano necesita de autocontrol. Kant pedía a la razón
metafísica no se excediera en su uso, nosotros podemos exigir al hombre
de hoy no abuse de su condición antropocentrista. ¿Para qué queremos
una naturaleza devaluada, minusválida y de cuello torcido?
Si sucumbe la naturaleza, caen con ella los grandes paradigmas del
hombre. Por ejemplo, la ciencia, al versar sobre la naturaleza y la sociedad,
produce un conocimiento menos sustantivo en la medida en que
aquello que constituye su objeto se encuentra cada vez más devaluado;
tal es el caso de las relaciones individuo-naturaleza.
Según Marx, tuvo razón Vico al distinguir la historia de la humanidad
de la historia de la naturaleza; la primera, dijo, la hemos hecho nosotros,
mientras que la segunda no. Verdad a medias. Esta última también la
hemos hecho nosotros ahí donde comienza la historia nuestra. Por lo
que, no únicamente hacemos historia de la naturaleza cuando actuamos
sobre la misma, sino también cuando respetamos y dejamos a ésta seguir
su propio proyecto de ser, toda vez que aceptamos, junto con
Nietzsche, que “en ella no hay más que necesidades”. En este
sentido, respetar y dejar ser a la naturaleza, significa ya actuar
sobre ella. A decir verdad, no se trata de convertirla en algo
intocable, sino de seguir asimilando las múltiples bondades
que, sin pedir nada a cambio ella nos ofrece, al mismo tiempo
que respetamos sus más profundas necesidades. Como dijo
Bacon: en vez de que “los hombres se ocupen en admirar y
celebrar los falsos poderes de la mente, deberían contentarse
con observar a la naturaleza y no de alardear vanamente de
vencerla”.131
El hecho mismo de actuar o no sobre la naturaleza nos
coloca, paradójicamente, frente a un callejón sin salida; cualquier
solución que adoptemos y sus previsibles e imprevisibles
efectos, tendrá en lo más hondo que ver con nosotros mismos.
¡Somos (quién iba a pensarlo) responsables de lo que se haga o
deje de hacerse con la naturaleza! Sucia y sin identidad, limpia y
con identidad, como quiera que sea, los seres humanos mucho
tendremos que ver en ello.
Lo que nuestra época necesita no es “eternidad” como
pensaba Kierkegaard. Lo que necesitamos, hay que reconocerlo,
es un mínimo de sabiduría presocrática, es decir, volver a reconocer
en el agua, la tierra, el fuego y el aire, los principales elementos constitutivos del ser. Devolvamos a la filosofía su carácter de “ciencia física”,
para de este modo recuperar la physis perdida y el sentido de la misión
que cumplió originalmente la propia filosofía: habilitar al hombre
—dice Nicol— para una comunión con el ser no humano por la vía del
pensamiento
No olvidemos que somos hombres de la naturaleza, más bien, de
una determinada naturaleza.
Por lo anterior, hoy más que nunca se hace necesaria la creación de
una ética planetaria de la solidaridad humana que tenga como base un
tipo de fundamentación, en la cual se determine cuál deberá ser nuestra
responsabilidad y compromiso moral para con nuestros congéneres
humanos, las generaciones futuras y la naturaleza en general, así como
las disposiciones sociales y políticas que será necesario implantar por
parte de nuestras sociedades para hacer posible en
los hechos un respeto activo de la naturaleza.
Respeto a la humanidad
La humanidad es tanto origen como destino común
de los seres humanos en el planeta tierra. Con este
proceso, que es la historia incesante de la humanidad,
nos referimos al hombre humanizado, pero también
al no-humanizado, es decir, al que se aparta del
destino común tendiente al perfeccionamiento del
género humano.
Se ha dicho una y otra vez, que el hombre
posee dos naturalezas: la primera referida a los
condicionamientos biológicos que comparte con la
especie animal, la segunda está relacionada con la
cultura. Pero, habría a esto que agregar una tercera
naturaleza, y ésta es precisamente la humanidad,
es decir, lo que genera la propia cultura; lo que el
hombre ha sido, es y seguirá siendo mientras siga
vivo en el planeta tierra.
Así pues, la humanidad se concibe como la relación interdependiente
entre el hombre como individuo singular, las sociedades históricas y la
especie animal a las que pertenece. De este modo, el hombre se realiza
en este vínculo intergeneracional; es quien construye la humanidad, su
humanidad, es decir, su destino común como hombre, pero al mismo
tiempo es constituido por ella. La humanidad, por consiguiente, tal y como lo plantea Morin, es “lo universal concreto”, esto es: el destino
común del hombre realizado históricamente en cada individuo.
Dada las actuales condiciones de amenaza creciente de su supervivencia
en la tierra, la humanidad ha dejado de ser una idea abstracta y
vacía de contenido, vinculada directamente con las visiones apocalípticas
del fin del mundo, sean éstas filosóficas o religiosas, para convertirse
en una idea concreta, hoy más que nunca relacionada con los intereses
vitales del “ciudadano terrestre”. Edgar Morin lo plantea de la siguiente
manera:
La humanidad ha dejado de ser una noción abstracta: es una realidad
vital ya que desde ahora está amenazada de muerte por primera
vez. La humanidad ha dejado de ser una noción solamente
ideal, se ha vuelto una comunidad de destino y sólo la conciencia
de esta comunidad la puede conducir a una comunidad de vida; la
Humanidad, de ahora en adelante, es una noción ética: ella es lo
que debemos realizar todos y en cada uno. Mientras que la especie
humana continúa su aventura con la amenaza de la autodestrucción,
el imperativo es salvar a la Humanidad realizándola.
La conciencia de esta “comunidad de destino” de que nos habla
Morin, sólo será posible si el hombre en tanto individuo, sociedad y
especie humana, es capaz de respetar esta tercera condición humana
que es la humanidad.
Dicho en otras palabras, sólo podremos salvar a la humanidad de
sus propios instintos e impulsos de autodestrucción, anteponiendo el
respeto de todas las formas civilizadas de la existencia humana a la barbarie,
a la guerra y a las actitudes y acciones imperialistas que actualmente
caracterizan a las tendencias deshumanizantes en el mundo. Para ello, lo
que necesitamos es, pues, como sostiene Apel:
... una ética universalmente válida para la humanidad como un
todo, lo cual no significa que precisemos de una ética susceptible
de prescribir, para todos los individuos o para todas las modalidades
de vida sociocultural diversos, un estilo uniforme de buena
vida. Bien al contrario, podemos aceptar, e incluso obligarnos a
proteger, el pluraüsmo de las formas individuales de vida a condición
de que quede garantizado el respeto, en cada forma de
vida, a una ética universalmente válida de igualdad de derechos
y corresponsabilidad en la resolución de los problemas comunes
de la humanidad.
El respeto a la humanidad ha de significar, por tanto, la lucha
cotidiana de hombres y mujeres en el mundo por la dignificación de
la libertad y la dignidad humanas; respeto entendido como forma de
reconocimiento de esta humana condición del hombre que consiste en
su propia búsqueda de autotrascendencia, para convertirse al mismo
tiempo, en un ser cada vez más universalizable.
Para que este tipo de respeto y amor a la humanidad sea posible,
se demanda del “ciudadano terrestre” el cultivo de una actitud radical,
en donde, como sostiene Marx, “ser radical es atacar el problema por
la raíz. Y la raíz para el hombre es el hombre mismo”.134 Esto significa
que en esto del respeto y el amor a la humanidad, tenemos que empezar
por nosotros mismos.
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