DEL ENAMORAMIENTO AL AMOR
El enamoramiento es una manifestación del amor pero no se confunde
con él. Se trata de un proceso afectivo-sentimental, originalmente entre
un hombre y una mujer que surge como un destello que parece indicar
que esa persona es alguien trascendental en nuestra vida. Pero ello no
es todavía el amor, sino una de sus apariciones nacientes.
El proceso de enamoramiento presenta varias características. Una de
ellas es que es algo que sucede, es decir, tiene que ver más con el corazón
que con la voluntad. Enamorarse, en este sentido, “no es una decisión
ni una elección, sino un proceso, algo que acontece, a veces incluso en
contra de la propia voluntad”.135 No decimos: “me voy a enamorar de
él o de ella”, sino que el enamoramiento surge como una cuestión del
corazón más que de la voluntad o de la inteligencia; aunque no significa
que estos elementos no tengan un papel en este proceso, pero es siempre
secundario.
Una segunda característica es que en el enamoramiento se atrae a la persona del hombre o de la mujer, no sólo por el aspecto sexual, sino
en su globalidad, es decir, por su personalidad, risa, inteligencia, ternura,
carácter, mirada, sonrisa, etc. El hombre se enamora por los rasgos
propios de la feminidad de la mujer, y ésta de la persona del hombre en
su masculinidad.
Una tercera característica, indica que el enamoramiento no se reduce
a mera atracción. Implica que, poco a poco, la persona del otro comienza
a resultar esencial en mí vida. Gradualmente el sujeto amoroso empieza a
darse cuenta que deja de ser uno, par ser con el otro (u otra). De esta forma:
Comienza a surgir un nuevo núcleo de vida que antes no existía...
Un mundo por el momento exclusivamente privado al que sólo
tienen acceso los enamorados pero que va creciendo de forma
absorbente y expansiva...
El amor adquiere así su carácter central, decisivo y arrebatador;
su fuerza terrible y hermosa, casi divina, que modela la realidad y
decide el destino de los hombres porque, a partir de ese momento,
la vida sólo tiene sentido en presencia y junto a la persona amada.
Se pasa así del enamoramiento al amor, esto es, del estado naciente
del amor, al cultivo auténtico de esta actitud consistente en recibir y dar
reciprocamente, a partir de la cual la vida sólo cobra sentido en presencia
y junto al otro.
Como acto que refleja uno de los rasgos más importantes de la
condición humana, el enamoramiento no siempre es lineal ni completo, por
lo que, en vez de tal enamoramiento, lo que encontramos son amores no
correspondidos, amores abandonados, traiciones, olvidos, infidelidades,
confusiones emocionales, etcétera.
Por esto último, en el proceso de enamoramiento, también cabe
hablar de falsos enamoramientos. Por ejemplo, cuando se identifica erróneamente
a la persona con una (o alguna) de sus características, pero con el
paso del tiempo se toma conciencia de que en realidad se trataba de un
mero deslumbramiento, es decir, la persona no era lo que parecía ser.
También se puede dar un falso enamoramiento por falta de profundidad
en la relaáón. El hombre o la mujer se enamoran, pero al paso de
pocos días, semanas o meses, ese flechazo desaparece sin dejar rastro.
En este caso no estamos ante el enamoramiento, sino ante una atracción
fuerte, donde se descubre que la vida entregada a la persona que se creía
amada no tiene sentido
Una última manifestación del falso enamoramiento es cuando la
persona se enamora auténticamente, pero de la persona equivocada, dado
que no somos correspondidos. Estas situaciones no deben atribuirse a la inmadurez o irresponsabilidad de la persona enamorada, ya que, como
hemos dicho, el enamoramiento no depende siempre de la voluntad. En
tal caso, “alguien puede enamorarse de otra persona aunque no quiera
y, de igual modo, le puede resultar imposible dejar de amar a alguien,
aunque sepa que se trata de una relación imposible y equivocada”. En suma, el verdadero y auténtico enamoramiento es aquel en
donde las personas que sentimos amar resultan esenciales en nuestros
proyectos de vida, sobre todo cuando empezamos a dejar de ser uno
mismo, para pasar a ser con el otro (un nosotros). En este momento
preciso hemos dado lugar al amor, que, como dice Finkielkraut, surge
cuando se conjuntan “la apoteosis de la preocupación por uno mismo”
y “la preocupación por otra persona llevada a su paroxismo”.138
Sólo así podemos hablar de una ética del amor propio como amor
a los demás.
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